De Miguel Hurtado

RECORDANDO A FERNANDO TOMÁS PÉREZ GONZÁLEZ
Miguel Hurtado Urrutia

(Diario HOY 13 de Noviembre de 2005)

En “Por quién doblan las campanas” recoge Hemingway una cita del poeta barroco inglés John Donne, que me viene a la memoria al escribir estas líneas en memoria de Fernando Tomás Pérez González, comisario –en unión de Juan Gil Hernández– de la extraordinaria exposición “Extremadura en sus páginas: del papel a la web” que algunos tuvimos ya la oportunidad de admirar el 15 de septiembre en el MEIAC de Badajoz y que ahora llega al Centro Cultural San Jorge de Cáceres.  Decía así: “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy una parte de la humanidad”...

No siempre somos conscientes de ello, pero cuando se trata de alguien a quien tenemos en gran estima, percibimos hasta qué punto nos hemos quedado, sin él, un poco -o un mucho- más solos...

Porque el mundo de la cultura extremeña ha perdido el pasado 26 de agosto a uno de sus más valiosos portavoces, profesor, editor e investigador constante, al que tanto debíamos por la revelación de amplios sectores de nuestro pasado a través del enjundioso fruto de su esfuerzo, bruscamente interrumpido cuando se hallaba en el cenit de su madurez, con una envidiable trayectoria que permitía presumir un brillante futuro, prematuramente cercenado.

Un día antes de inaugurarse la exposición en Badajoz, el suplemento “Culturas” del diario “La Vanguardia” de Barcelona dedicaba varios artículos al “Nuevo Humanismo” que se va perfilando como imprescindible integración de la cultura literaria y la científica, sin la que no puede entenderse el mundo actual.

Algunos analistas, como John Brockman, hablan ya claramente de una Tercera Cultura, que supone un giro cualitativo para el que pocos estamos aún preparados. Las cuestiones más profundas y significativas, esas que definen la naturaleza humana y a nuestra sociedad, pasan hoy por un pensamiento científico.

Y Salvador Pániker señala como exigencia central de nuestro tiempo la permeabilidad entre ciencias y letras, de modo que “los paradigmas científicos fecunden realmente a los discursos filosóficos e incluso literarios”. La intuición y el sentido común que hasta el siglo pasado han bastado a los intelectuales “de letras” para jugar un papel aparentemente digno en el ámbito cultural, ya no son suficientes, lo que puede constituir un escollo difícil de salvar para quien solo domine el campo tradicional de las humanidades, desde el que resulta de difícil seguimiento la dinámica de avances e innovaciones continuas de la ciencia.

Fernando Tomás Pérez era, justamente, uno de los escasos intelectuales extremeños preparados para coger dignamente este tren del Nuevo Humanismo sobre la marcha, por su sólida formación en Filosofía y en Historia, que por vocación dirigió al campo de las ciencias y las técnicas, centrando gran parte de sus investigaciones en la recepción social de las ideas modernas en nuestra región, tan claramente expuestas en su trabajo sobre el darwinismo en Extremadura -su primera publicación conocida- que tan alta vino a poner la cota del ensayo extremeño, sin menoscabo de un cuidado estilo literario, sin duda heredado de su padre, el escritor Fernando Pérez Marqués.

Vinieron luego los ensayos sobre la enseñanza o el Trienio Liberal, los trabajos sobre los Álvarez Guerra -tesis doctoral sobre José y biografía de Juan- los interesantes análisis sobre las Sociedades Económicas de los siglos XVIII y XIX, o acerca de la prensa, el pensamiento o el ensayo en Extremadura, sus colaboraciones en la “Gran Enciclopedia Extremeña” y otros diccionarios temáticos de ámbito internacional, etc., que constituyen un sólido corpus de investigaciones que iluminan tan variados aspectos de nuestra cultura inéditos hasta entonces, expuestos siempre con amenidad y sólido bagaje documental.

Su trabajo póstumo “Extremadura en sus páginas”, espléndida introducción y catálogo de la exposición al comienzo citada –con extensa primera parte de Juan Gil, igualmente magnífica- fue escrito heroicamente, sacando fuerzas de flaqueza desde su físico ya abatido por la enfermedad y revela meridianamente la magnitud de la pérdida que su temprana ausencia supone para nuestra cultura. En sus páginas desarrolla la amplia gama de cuestiones sociales que dejan algún testimonio impreso, en panorama que recorre la Ilustración del siglo XVIII, la aventura de los pioneros de la imprenta, los primeros periódicos, libros y láminas que por entonces circulaban entre nuestros ilustrados, las censuras, los pleitos y batallas ideológicas, los desastrosos descontroles de la desamortización por estos pagos, la aparición del ferrocarril, las revistas regionales, los nuevos estilos artísticos que se abren camino en el siglo XIX y comienzos del XX, las primeras postales, el fenómeno “Rayas”, las incipientes colecciones de autores extremeños, etc., etc., ofreciéndonos, en cerca de un centenar de intensas páginas, un panorama insospechadamente rico de la sociedad, la cultura y la política en esta tierra, desde aquellos siglos ilustrados hasta la brusca interrupción que supuso la Guerra de 1936.

El conjunto de los artículos y ensayos de Fernando Tomás merecería una edición completa, por la dificultad que desde Extremadura se produce para acceder a alguna de las revistas en las que publicó sus trabajos –Trienio, El Basilisco, etc.- o Actas de Congresos en los que participó activamente con aportaciones siempre interesantes, a modo de certeras radiografías socio-culturales, sin las que no puede tenerse un conocimiento profundo de nuestras raíces y nuestra historia. Confío en que recojan el reto sus amigos Francisco Muñoz y Álvaro Valverde, que tan próximos a él estuvieron en vida, para que el fruto de su trabajo tenga la difusión que merece y que nos merecemos los extremeños.

Finalmente, aunque pudiera caer en saco roto, no quiero privarme de brindar también a la Comisión de Cultura de nuestro Ayuntamiento la sugerencia de que se ponga a la altura requerida para que la ciudad de Cáceres, que quiere ser culta en el 2016, se honre dedicando una calle a su nombre, en reconocimiento de lo mucho que debemos a la memoria de quien tanto aportó para un mejor conocimiento de nuestro pasado.