De Elisa Ruiz

TEXTO PARA LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO EL PENSAMIENTO DE JOSÉ ÁLVAREZ GUERRA
Elisa Ruiz García

( Leído en la Biblioteca Nacional,en el Homenaje a Fernando Tomás. Madrid, 22 de marzo de 2007)

En primer lugar, quiero dar las gracias a las personas de la Junta de Extremadura y de la Biblioteca Nacional que me han invitado a participar en este acto. También deseo manifestar que mi presencia aquí sólo está justificada por razones de afecto ya que la parcela de mi especialidad no es precisamente el pensamiento filosófico del siglo XIX. Dicho esto, debo contar que yo conocí a Fernando a través de una llamada telefónica que él me cursó para solicitar mi colaboración en la edición de un manuscrito, el único que había aparecido en la llamada Biblioteca de Barcarrota. Cuando empezó la conversación, él era para mí simplemente un editor, pero cuando colgué el auricular ya era un amigo. Y esta amistad se ha profundizado a lo largo de los años. Fue una persona culta y dotada de un fino instinto literario, cualidades que, desgraciadamente, escasean en muchos de los que se dedican a este tipo de actividad. Las pruebas de su buen quehacer profesional son las cuidadas ediciones realizadas bajo su dirección. El trato de Fernando conmigo fue siempre afectuoso, exquisito y abierto a cualquier sugerencia. En mi haber tengo muchos libros publicados –triste privilegio de la edad–, pero he de confesar que nunca he encontrado a un profesional de su categoría, vocación y altura de miras. Fernando creía en el poder salvífico de la cultura y en el trabajo bien hecho, quizá de ahí le vino su interés por la figura de José Álvarez Guerra. Y ha dado testimonio de su credo hasta su último aliento. Para mí fue el hermano pequeño que me habría gustado tener, por ello su muerte no he podido aún asimilarla. Estas palabras no son una nota necrológica, sino sencillamente el concepto que tengo sobre su persona. Él ya no está, pero su recuerdo siempre seguirá conmigo. 

Dejando a un lado los aspectos personales y sentimentales, conviene precisar que la razón que nos ha reunido aquí es presentar un libro escrito por él y titulado: El pensamiento de José Álvarez Guerra. He de confesar que su lectura me ha fascinado. Lo he leído de un tirón a lo largo del último fin de semana, momento en que el ejemplar llegó a mi poder por razones que no vienen al caso. Como en esta mesa el profesor Gil Novales ya ha valorado la obra desde un punto de vista filosófico, yo voy a expresar mi opinión de acuerdo con el criterio enunciado por un escritor de comienzos del siglo XVI, Cristóbal Cabrera, quien afirmaba que “cada uno debe discurrir por la vía de su oficio”. El mío, aparte de la docencia, es la investigación en el área de la cultura manuscrita, terreno poco transitado salvo por unos pocos, unos “happy few” entre los cuales me encuentro. Desde mi óptica profesional, lo primero que me ha llamado la atención es su rigor científico manifiesto en un uso sistemático de las fuentes primarias. Sólo los que nos dedicamos a este género de investigación sabemos las dificultades que encierra esta labor heurística, máxime en nuestro país, donde carecemos de muchos de los instrumentos necesarios, tales como inventarios, catálogos y registros del patrimonio documental y librario manuscritos. Como es sabido, tras la localización del testimonio, está el arduo trabajo de la lectura y la transcripción del mismo. Pues bien, este material así elaborado le ha permitido a Fernando trazar una biografía con mano maestra y, al tiempo, realizar su cometido “con respeto, amor y comprensión”, siguiendo la cita que él mismo puso como encabezamiento de su obra. Su prosa muy cuidada y la fluidez de su discurso narrativo guían al lector con un ritmo casi novelesco: se sigue con fruición la peripecia vital de una saga oriunda de Zafra, los Álvarez Guerra, a quienes les tocó vivir en un período aciago de nuestra historia, las últimas décadas del siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Estas ciento sesenta páginas iniciales de carácter biográfico constituyen un magnífico fresco en el que quedan reflejadas todas las miserias y las heroicidades de una época. 

La segunda parte del trabajo es una estupenda lección magistral sobre las relaciones de la filosofía y el liberalismo en esos años y sobre la recepción de nuevas corrientes de pensamiento. Para aquellos que no somos expertos en este campo, constituye un texto esclarecedor de lectura obligada.

Asimismo me ha precido muy oportuna la contextualización del pensamiento de Álvarez Guerra de manera diacrónica, esto es, recogiendo primero las valoraciones de sus contemporáneos y luego los juicios de la historiografía posterior.

Igualmente, el inventario de la producción escrita del filósofo extremeño refleja un conocimiento de los criterios técnicos de presentación material de este tipo de datos y una metodología muy adecuada para el tratamiento de las fuentes de información . En este apartado es de notar el esfuerzo realizado con el fin de localizar diversas publicaciones periódicas, las cuales son escurridizas y de difícil acceso para cualquier investigador.

En la quinta y última parte, Fernando Pérez aborda el análisis propiamente dicho del pensamiento filosófico del autor extremeño. La lectura de estas páginas también me ha resultado muy interesante por cuanto desconocía la existencia y, por ende, el contenido de la obra fundamental de Álvarez Guerra, titulada: Unidad simbólica y destino del Hombre en la tierra. El estudio hecho sobre este tratado nos descubre la figura de un filósofo “malgré lui”. Baste con recordar cómo el pensador decimonónico describe, de manera deliciosa e inmejorable, el momento epifánico en el que alumbra su propuesta salvífica para la Humanidad. Álvarez Guerra literalmente confiesa: “En pacífica posesión de ignorancia, me hallaba leyendo un discurso científico moral del doctor inglés Ferguson ...”. Ese inicio me parece todo un acierto. En verdad, comenzó la elaboración de su mensaje cuando ya había superado el medio siglo, pero desde ese momento no cejó en su empeño. Redactó un primer texto, luego lo refundió, lo completó y volvió sobre el mismo tema una y mil veces. Se trata de un auténtico “work in progress”. Es como una obsesión que le persigue. El autor se considera depositario de una clave que será la salvación para el género humano y, por tanto, se siente en la obligación de comunicar su buena nueva por la vía de las letras de molde. Resulta enternecedor que la vocación de escritor sea tardía, tras sus fracasos y experiencias negativas en el campo de la política. Ciertamente, Álvarez Guerra, en lugar de elaborar un discurso pesimista sobre la condición humana, en consonancia con los hechos vividos, creó todo un sistema filosófico cuyo objetivo final se reducía a hacer felices a los seres humanos. A su juicio, la consecución de ese estado supondría la instauración de un modelo de convivencia beatífico y en el que imperaría la igualdad más absoluta. Alcanzado ese punto, ni el concepto de propiedad ni el de Estado tendrían sentido. Evidentemente Álvarez Guerra fue un hombre de su tiempo. Ello se refleja en sus ideas y en su visión del mundo. Para mi resultan entrañables las expresiones que utiliza para verbalizar su pensamiento. Por ejemplo, oculta su nombre bajo el pseudónimo de “Un amigo del Hombre”. Asimismo, denomina “Hombre venidero” al tipo humano que en su día encarne el modelo por él concebido. La sociedad resultante es llamada “Sociedad amorosa”. En ella los individuos se alimentarán mediante un “gas alimenticio” y los seres racionales e irracionales vivirán sin necesidad de trabajar gracias a la aplicación de los inventos y logros técnicos alcanzados por las ciencias útiles. Sin duda alguna, Álvarez Guerra es el representante de una utopía social y de una filosofía idealista de raigambre autóctona. A través de sus páginas se adivinan cuáles eran los valores dominantes de la época. En cierta medida, es un epígono de la Ilustración y, paradójicamente, un precursor de algunas de las escuelas filosóficas decimonónicas.

En definitiva, el libro de Fernando Pérez es una obra madura, muy bien estructurada y que recupera, a través de una metodología de trabajo ejemplar, una tesela perdida de ese mosaico que vamos construyendo entre todos los que nos dedicamos a la investigación en el campo de las Humanidades. Con su prematura desaparición hemos perdido a alguien que podría haber sido un maestro en la Universidad, y que fue un magnífico gestor de la actividad cultural, un hombre cabal y, sobre todo, un excelente amigo.