EXTREMADURA: TIERRA DE LIBROS

  • 23/09/2016

(Este artículo fue escrito por Fernando Pérez Fernández, hijo de Fernando Tomás, para el catálogo de la Exposición "EXTREMADURA: TIERRA DE LIBROS", celebrada en abril de 2007, que mostraba los fondos del bibliófilo Joaquín González Manzanares)

FERNANDO TOMÁS PÉREZ GONZÁLEZ

Sucede a veces que en el genio de una persona concurren más de una excelencia, y sucede, también a veces, que esta persona aun sintiendo idéntica inclinación por el cultivo de todas sus excelencias, se ha visto abocada a aceptar un crecimiento desigual del fruto producido por su talento. Ese es el caso de mi padre, Fernando Tomás Pérez González, profesor, ensayista y editor; también narrador y dibujante.

Hemos de retroceder ahora a su infancia, a aquellas remotas tardes veraniegas en la casa familiar del pueblo, en las que mi abuelo, Fernando Pérez Marqués, convocaba a sus hijos para realizar ejercicios de caligrafía y rotulado. Ya entonces mi padre realizaba estos deberes con un primor que auguraba su futura devoción por la estética de la grafía; devoción en la que habrían de resultar inseparables la materialidad y el espíritu de la letra, y que habría de servirle en su tarea editorial para resolver a vuela pluma algún detalle de diseño. También la pasión por el color y la textura del papel, el encuadre perfecto de la entitulación en la portada, el tipo de cubierta y contracubierta o un pequeño anagrama fue adquiriéndola mi padre en sus rastreos por las librerías de viejo a la búsqueda azarosa de tal o cual libro raro que mi abuelo solía encargar a su hijo cuando era universitario en Madrid. Fue, en fin, una pasión de bibliófilo que mi padre acabaría haciendo suya.

Y quizá se remonte a aquellas mismas tardes de dictados, redacciones y lecturas en familia, la silenciosa vocación narradora de mi padre, vertida en unos cuentos que hoy hibernan sobre las páginas de cuadernos rojos con tapa dura y papel cuadriculado. Es así porque un día la voluntad de su autor se escoró al desarrollo de la investigación y el ensayo acerca del pensamiento, y muy especialmente acerca de la aportación extremeña al conjunto del pensamiento moderno español. Fue en esa labor de rescate donde mi padre descubrió el valor encerrado en los testimonios, los periódicos y toda la literatura efímera, hasta ahora no muy acreditados como base documental para la historia. Avalaron su hallazgo un grupo de profesores, entre los que se encuentran sus amigos Diego Núñez y Alberto Gil Novales.

Estando en ello, otro amigo, Francisco Muñoz Ramírez, al ser nombrado Consejero de Cultura de la Junta de Extremadura, lo emplazó a que ocupara la dirección de la Editora Regional. Así fue cómo desde otra de sus cualidades, la de editor, mi padre fue ganando para una editora pública el difícil mercado del libro a base de sus inquebrantables vocaciones: el sentido estético del bibliófilo, el rigor del científico y la pasión por la literatura del escritor silencioso e incansable lector. Y desde esas vocaciones inquebrantables, tan inquebrantables como su honestidad, mi padre fue galvanizando colecciones ya existentes; fue concibiendo otras nuevas –La Gaveta, la colección Estudios, la de Ensayo, la Biblioteca de Barcarrota a partir de su afortunado hallazgo-; fue catapultando nombres en ciernes –todos ellos ampliamente reconocidos hoy- a sabiendas de la inquina y la diatriba; fue igualmente rescatando grandes nombres y buenas obras descatalogadas. Fue, en fin, dejando dormida en anaqueles su vocación de escritor, con tal de ahondar las raíces de su apuesta editorial con la honestidad del excelente y genial funcionario público que siempre fue.

FERNANDO PÉREZ FERNÁNDEZ